En principio, debemos aclarar, que esta entrada no persigue realizar aproximaciones analíticas que se correspondan con la sociología o estrictamente la criminología, sino que, como corresponde a la finalidad de la publicación, se orienta hacia un enfoque sobre la función semiótica y las representaciones que median entre Lo real y La realidad. Sin embargo el cruce de aspectos a considerar requieren afinar los conceptos o sus usos, principalmente porque los observaremos paralelamente en dos macro-contextos diferentes y en ejemplos específicos.

Cómo se adelantó en la introducción, partiremos considerando como base la existencia de una estructura social con una distribución heterogénea de oportunidades económicas y paralelamente una estructura cultural que distribuye de forma homogénea los valores culturales y los medios legítimos para obtenerlos, podemos comenzar a enfocarnos en algunos aspectos de estas estructuras y de cómo sus discrepancias generan la tensión suficiente que permite emerger la anomia.

Por otra parte, vamos a despejar la idea de anomia vinculada abiertamente a lo social y la restringiremos al plano institucional, hablaremos pues de anomia institucional a partir de una breve referencia que lo justifica como concepto. Según hemos visto desde Durkheim a Merton, el foco de la anomia se encuentra en la incapacidad de la estructura social de proveer a ciertos ciudadanos de lo necesario para alcanzar sus objetivos sociales. Su relación con la institucionalidad la encontramos en el hecho que los estados modernos incluyen en sus constituciones y cuerpos de leyes derechos de los ciudadanos, obligando a las instituciones a velar por su cumplimiento. Así, una serie de derechos que garantizan la consecución de objetivos básicos sufren el incumplimiento sistemático de esa cobertura, y esto pone en tensión la moralidad de las autoridades administrativas, hay un incumplimiento del valor pactado por parte de la autoridad institucional que tensiona sobre la obediencia institucional y se desdibuja la legitimidad del mando.

Ahora encuadraremos en los casos de México y Argentina estos vacíos en los valores normativos que cohesionan el sistema, resquebrajándolo y dejando abierto el camino a la inseguridad y a la desconfianza, por supuesto en la observación de la mediatización que obra de manera diferente para cada caso.

En México actualmente estos pactos morales acerca de lo legítimo o no,  sufren una segunda tensión que es la fuerza o poder de choque de organizaciones ilegítimas (específicamente ilegales). La dimensión de esta fuerza y su incidencia en la distribución de oportunidades en la estructura social encubren o relativizan el incumplimiento institucional del pacto original y atraen para sí la tensión. Aún en la desconfianza acerca de que la existencia de esta fuerza requiere de complicidad institucional (o incluso en la aceptación de esa complicidad) la tensión primaria se alivia cuando se legitima un control de esta fuerza organizada por fuera de los pactos previos (cual si fuera la aceptación de un estado de sitio o estado militarizado por una parte y ocupado por otra).

El caso de la Argentina es diametralmente opuesto, durante la última década las políticas de ampliación de derechos e inclusión social se ajustan a ese pacto moral institucional, aunque con déficit en algunos casos, de incidencia muy superior en cualquier comparación histórica. Sin embargo el pensamiento hegemónico de las clases socioeconómicas favorecidas relaciona el cumplimiento de ese pacto, que permite una más equitativa distribución de oportunidades, como una invasión a su clase de pertenencia, a pesar de que no afecten su status (incluso lo mejoren). Esta supuesta invasión podría ser entendida desde varios puntos de análisis, pero todos convergen en la imposibilidad de automatizar la reproducción de clase. Entonces la tensión aumenta en un sector de la estructura social minoritaria, pero con recursos económicos suficientes para corromper la autoridad institucional, cuando tiene éxito dentro de su clase nos encontramos frente a un caso de anomia muy particular, pero cuando trasciende a las clases menos favorecidas (generalmente por medio de la represión, pero también por segregación)  da lugar a la descomposición social lisa y llana.

Luego veremos como en ambos escenarios, cuyas tensiones se manifiestan en diferentes sectores de sus respectivas estructuras sociales, comparten la misma forma de anomia, pero ahora es menester señalar que las dimensiones o el alcance de la anomia solamente puede ser logrado con la aceptación de nuevos imaginarios incorporados por la estructura cultural. En esta observación, volvemos a encontrar diferencias entre Argentina y México más allá de que cuenten con estructuras culturales normatizadas similares, puesto que la mediatización de lo real (tanto en la representación como la resignificación) es masificada por medios de comunicación hegemónicos y aunque en ambos casos son dependientes o propiedades de los capitales concentrados, los contextos los obligan a procesos diferentes.

En Argentina la anomia se manifiesta en las clases sociales favorecidas económicamente directamente cuando éstas rechazan el pacto (que lo aceptaba mientras las instituciones no lo cumplieran) y legitiman sus delitos fiscales, de sedición, desabastecimiento, de terrorismo económico, así como cuando renuncian a las identidades nacionales, a la defensa soberana, a la legitimidad de la voluntad popular (la democracia toda). Sin embargo no podemos ver la tensión que la provoca porque su proceder siempre fue el mismo, a menos que consideremos que su discurso era condenatorio de esas prácticas anómicas y ahora, lejos de ello, son reivindicaciones manifiestas en los medios de comunicación (que son de su propiedad), violentamente manifiestas cuando estos distorsionan la representación primaria (que es heterogénea) y re-significan  hacia el imaginario social de modo homogéneo, trasladando las tensiones a los sectores de la estructura social más desfavorecidos económicamente. Esto sucede cuando los medios de comunicación hegemónicos se constituyen como un Estado alternativo durante la resignificación, legitiman su discurso en la repetición y descontextualización de las tensión original para deslegitimar la autoridad institucional.

Por el contrario, en México, los medios de comunicación hegemónicos quitan la tensión entre la autoridad institucional y los sectores menos favorecidos, cuando realizan sus re significaciones legitimando la impotencia institucional sobre fuerzas mayores, las organizaciones ilegales de ocupación. Pero no sólo eso, los medios de comunicación también manipulan la tensión cuando trazan las representaciones desde la perspectiva del pensamiento hegemónico de las clases dominantes, poniendo a salvo doblemente la reproducción de clase. Y ello es notable cuando se manifiesta la anomia en los sectores más desfavorecidos, pues en ningún momento se la entiende como deslegitimación de la autoridad institucional, sino de la autoridad institucional corrompida por fuerzas superiores, ilegales y “ajenas” a la clase que mediatiza masivamente lo real.

Dicho de otro modo, la clases dominantes en Argentina trasladan no sólo la tensión a sectores sociales que no deberían tenerla, sino también la representación de la anomia cuando corrompe la institucionalidad, sin embargo cuando ésta resiste la corrupción (cuando no se corrompe), desde los medios de comunicación construyen re-significantes homogéneos (falseando o magnificando realidades) y exponen la desobediencia de la clase dominante como legitimada ante la institución corrompida (falsamente, en tanto que si fuera real no se expondría tal como históricamente lo hace). Y para México, el proceso es inverso, traslada la tensión lejos de la institucionalidad legitimando su incumplimiento y resignificando su corrupción en impotencia o impericia, de este modo los medios de comunicación pueden reproducir el pensamiento hegemónico de las clases dominantes, controlar la anomia y al mismo tiempo legitimar a la clase dominante como víctima legitimada como mediadora o filtro de las tensiones.

Bien, esta es la idea que lanzo para que algún sociólogo aburrido o sin objeto de investigación se ponga a recoger las evidencias de lo manifiesto y las someta a contraste. El hecho de que alguno se interese y luego me desmienta o  valide, no tiene mayor importancia en tanto Argentina y México, con todas sus diferencias, sigan bajo el control de los capitales concentrados y bajo la excelente supervisión de las corporaciones mediáticas.

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